jueves, 14 de mayo de 2009

Afuera no hay nada que el frío no toque (Teno)

En esta casa nos quedamos



mis hermanos y yo,



o al menos nuestras sombras.







Al resto del mundo lo perdimos,



en un gran salón de baile,



fue una breve canción demasiado brillante



como para seguirla.







Yo cerré los ojos en otoño,



Mis hermanos, a finales del invierno.







En el círculo borroso de los días



ya nos hemos olvidado nuestros nombres.







En mitad de la garganta se nos muere,



la palabra que define



lo que queda de nosotros.







Tal vez por eso el silencio es un espejo



que llora lentamente en las paredes.







Hacemos de común acuerdo,



que la araña de la noche duerma afuera,



le dimos a ella los gramos de este miedo.







A veces cuando llueve, se derrama



la medusa azul cobalto enviada por el sueño.







Las tachaduras de un cuento en las cortinas,



que nos leía el viento.







El eco de un ladrido en las esquinas,



del oído.







O el sol que era un incendio



o un inmenso barco en llamas.







Nos queda sin embargo,



esta mancha de humedad



a la que llamamos madre.







Fuimos niños robados en un soplo,



mis hermanos y yo,



con la cabeza de trapo y los ojos de botones.







Todo lo presente es lo que duele,



afuera no hay nada que el frío no congele,



adentro hay caracoles trepando por el hueso.







Las sombras de los pinos,



pesadas, somnolientas



se hamacan y crujen



y cantan y rechinan.

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